Cuentos / Stories
2022
Niño grande
Cuando desperté esta mañana envuelto en mis sábanas de Spider-man y en mis calzoncillos de Spider-man me dije a mí mismo que era un ridículo infantil y creánme, tengo cosas aún más infantiles. Tengo una camisa de Mickey que hace mucho no uso pero me encanta, una que dice Hakuna-matata que es de mis preferidas. Eso me hizo recordar que hace apenas unos días mi mamá me mostró la camisa de “The bug's life” que usaba cuando era pequeño. Eso me arrastró a pensar en que siempre me gustaban más los personajes malvados de las películas. No me gustaban por el hecho de ser malvados, sino por el hecho de ser inteligentes. Por lo general los villanos estudian, repudian la situación en la que están (mayormente injusta) (como es la realidad de nuestro sistema capitalista), luego se ingenian un elaborado y trabajado plan (trabaja duro y mejorarás tu “status” social y económico… ¿dónde habré escuchado eso?) escenas después se muestra que sus intenciones eran solo avaricia y no justicia (bueno… hay cosas que evaluar) y luego gana el bueno por ser… bueno (y tonto) (y porque tiene el poder de la amistad y amor familiar, cosas que si las presentaran de forma realista, la mitad de las películas se irían a la mierda). En la mayoría de los casos no tienen ningún mérito que ganen. Pero ¿qué podemos esperar?… de ahí nuestra sociedad que aplaude y sigue a cualquiera.
Y ahí está, ese fue el camino que mi mente recorrió, explico: sentido de infantilidad + un pensamiento razonablemente adulto. Entonces me di cuenta de que en realidad soy un niño, un niño grande (suena bastante infantil) pero nada más lejos de la realidad. Solo que yo no sé como fuiste tú de niño o como imaginas que fui yo. Yo fui del tipo de niño que alimentaba a las hormigas y las perseguía con una lupa para ver cómo llevaban el alimento al hormiguero y luego me enojaba porque quería ver más allá y, por cuestiones de tamaño, no podía. También fui el tipo de niño que con cinco años le preguntó a su madre que para qué existíamos si nos íbamos a morir (aun recuerdo la expresión que deambulaba por su rostro, como miraba a cada esquina del auto y me respondía con la voz entrecortada pero con seguridad). Está demás decir que su respuesta no me convenció del todo. Pero ese mismo niño, intrigado casi hasta la frustración, no paraba de reír, ni de sentirse amado, ni de disfrutar las aventuras que creaba en su mente. Ese niño con su camisa de hormigas creció pero siguió siendo ese niño.
Sí, despierto en mis calzoncillos de Spider-man y despierto con alegría, me rio cuánto puedo y sigo con mis preguntas y mi curiosidad y mis ganas de crecer y soñar, pero sobre todo con esas ganas de vivir. Bien es claro que ya no cargo la misma inocencia que antes, pero no dejo de ser niño y creo que es lo mejor que me puede pasar, porque eso me permite ser libre, me permite ser…. Me permite ver las cosas desde los prejuicios que llevamos en nuestra mente, pero sin ponerlos en práctica. Y eso me permite apreciar la vida en todo su contorno de colores, luces y sombras. Esta niñez en mí me permite respirar profundo y llenarme de las cosas realmente importantes para mí, me permite sentir que la vida no es efímera porque, aunque se nos escape sin darnos cuenta, algo de la vida se queda en mí y algo de mí se queda en ella. Lo mejor que me puede pasar es tener conciencia de mi felicidad y mi tristezas, porque puedo atesorar ambas y vivirlas y que me vivan. Si de algo me sirve ser un niño, es que no tengo que ir buscando momentos que me hagan sentir vivo, no necesito el éxtasis de la felicidad pagada y brindada por el entretenimiento que continuamente nos persigue casi o más cerca que la misma muerte, que también nos mata. Parafraseo El Principito cuando digo “jamás entenderé a los adultos”.
No creo que la vida sea solo ir saltando de alfiler en alfiler solo por qué sus diminutas y afiladas puntas sean brillantes. Hay que ser como una madeja de hilo y enredarnos y desenredarnos tanto como se pueda, hasta que todas las semillas crezcan y terminen por ser un bosque.
É.